Nos habíamos propuesto ir hacia el Guaraira Repano el día sábado a las ocho de la mañana, mi esposo, mi hija, mi hermana y un grupo de personas que integran el club de Manuelita Sáenz. Aquella mañana amaneció muy fría y suponíamos que arriba también lo estaba, pero ni modo, mi familia estaba entusiasmada por subir y yo también, así es que el clima no permitió que tomásemos una decisión contraria. Cuando llegamos a comprar los boletos, ya empezó a llover, menos mal que sólo pagamos mi hija y yo, los demás eran personas de la tercera edad y no pagaron nada, su entrada era gratis, entonces ellos fueron directo a los trencitos voladores. Uno se siente muy bien estando dentro de ellos. Antes de abordar advertí que las chicas y chicos que nos atendían se mostraron muy educados y colaboradores.
Cuando regresamos, comimos una deliciosa arepa y muy económica; para quien va con familia, o muchas personas resulta gratificante comer allí. Cuando ya empezó a aclarar un poco el día comenzaron a surgir otros motivos atractivos: payasitos con obras de teatro en una plazuela, las estatuas humanas, los caricaturistas, los vendedores de CD de música folklórica. El momento en que pasamos por ahí estaba sonando la bellísima canción: El Condor Pasa, del peruano Daniel Alomía Robles, instrumentada, un joven la acompañaba con la zampoña. Sientes la nostalgia dentro de tí, es tan bueno escucharla en ese lugar. Comenzaron también a funcionar los lugares recreativos para los niños, como resbaladeras, colchones inflables y también hay una pista de patinaje sobre hielo, muy divertida.
Fue impresionante el ascenso. Llovía mucho, se veía el agua pegar en los vidrios; todo estaba nublado. A la subida no fue posible divisar con claridad la ciudad, pero nos divertimos tomándonos fotos. Cuando llegamos hacía un frío matador, pero desde que llegas te empieza a gustar, uno se siente diferente, es como llegar a un sitio que te cubre de paz, es como llegar a un lugar donde la naturaleza se entrega a ti, te brinda su aire puro, fresco, sus plantas, sus árboles y flores; te tropiezas muy seguido con pinos y hortensias impresionantes. Ese clima parece darte la bienvenida. Sí, estaba muy frío, nos tomamos un chocolate calientito muy sabroso y luego emprendimos la marcha, debíamos caminar hasta llegar a un Hotel, que se llama Humboldt.
Afortunadamente, habíamos llevado ropa abrigada y bufandas y con ese frío cubriéndonos de pies a cabeza y en medio de la neblina, caminamos, alegres y tomándonos fotos. Para mí, un viaje de esta naturaleza no tiene sentido sin una cámara fotográfica. El recorrido es un deleite, los caminos son tan bien construidos y tienen a los costados unos gruesos muros protectores como de un metro de altura, pero muy seguros. Las subidas y bajaditas son muy elegantes y de apariencia colonial, parece que uno va en busca de un castillo o algo así y sientes mucha emoción y aguantas el frío. Escuchábamos que algo soplaba muy fuerte, con un ruido muy extraño, no imaginábamos, ni suponíamos que era. El sonido estaba muy cerca de nosotros, de repente a pocos metros alzamos la mirada y la podíamos divisar en medio de la espesa neblina: era la bandera gigante de Venezuela. ¡Qué emoción!, no lo podía creer, estaba allí yo frente a esa bandera que desde la calle donde vivo la puedo mirar sumamente distante y muy alta. Ah, si yo me sentía así como serán aquellos que han llegado al Everest. Estaba feliz de estar allí. No cambiaba ese momento por nada.
Llegamos entre el frío y la llovizna, a la entrada del hotel Humboldt. Era increíble, estába cerca de nosotros y no lo podíamos divisar por la neblina. Entramos a una sala muy bella, donde hay adornos novedosos, como una enorme campana en el piso, rodeada de pequeños arbolitos de madera pintados con muchos colores, un piano grande. Y algo que me llamó bastante la atención fue una pared con mosaicos de flores y hojas decoradas muy sutilmente con cuadritos de piedritas de variados colores, junto a una escalera forrada con un tapiz verde. Es un precioso mural, digno de grabarlo en una fotografía. Todos posamos ante él.
Cuando regresamos, comimos una deliciosa arepa y muy económica; para quien va con familia, o muchas personas resulta gratificante comer allí. Cuando ya empezó a aclarar un poco el día comenzaron a surgir otros motivos atractivos: payasitos con obras de teatro en una plazuela, las estatuas humanas, los caricaturistas, los vendedores de CD de música folklórica. El momento en que pasamos por ahí estaba sonando la bellísima canción: El Condor Pasa, del peruano Daniel Alomía Robles, instrumentada, un joven la acompañaba con la zampoña. Sientes la nostalgia dentro de tí, es tan bueno escucharla en ese lugar. Comenzaron también a funcionar los lugares recreativos para los niños, como resbaladeras, colchones inflables y también hay una pista de patinaje sobre hielo, muy divertida.
Me encantó ir allá. Todo es atractivo, hasta los baños son tan bien cuidados y ellos están a cada paso entre árboles y plantas, con excelente atención. Para los turistas es un lugar ideal que deberían visitar y si está lloviendo no le paren, o sea no le hagan caso, de igual manera lo van a disfrutar maravillosamente.
Al regreso, ya estuvo más despejado y entonces pudimos apreciar la inmensa ciudad de norte a sur, de este a oeste, tan hermosa. Desde el teleférico es una vista realmente espectacular. Todos nos divertimos en este viaje como nunca. Estoy planeando volver a ir otra vez.
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